Antes, Todo Esto Eran Campos...
Sara CoriatEl Miami Design District quiere ser el barrio más molón de América y Craig Robins, empresario y coleccionista de arte, tiene gran culpa de ello. Hace tiempo que Miami, la hermana pequeña y bronceada de Nueva York y San Francisco, despertó para decirle al mundo que ahí estaba, mereciéndose un puesto de reconocimiento en el mundo del arte, el diseño y la cultura.
Nada más exótico y tropical. Un extenso campo de piñas era lo que hace cien años se podía encontrar en lo que es hoy el conocido como Miami Design District, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad y con probablemente más tiendas de lujo por metro cuadrado del país. Mientras por aquí estamos acostumbrados a los fenómenos de gentrificación y de transformación que se viven en grandes ciudades europeas, donde barrios tradicionalmente residenciales de rentas bajas comienzan a convertirse, poco a poco, en el último place to be al verse tomados por cafés de moda con paredes de ladrillo visto y tiendas ‘cuquis’, lo que ha sucedido en Miami, por su corta edad, supone un fenómeno completamente diferente. Es un aquí y ahora.
Imagina una ciudad con apenas cien años de edad de desarrollo y con uno de los índices de inversión y crecimiento más altos del país en los últimos años. Ahora, imagina una empresa de bienes raíces o real estate, en este caso Dacra, responsable previamente de proyectos de revitalización de South Beach y el Art Deco District, con capacidad para adquirir poco a poco inmuebles en una misma zona. Al cabo de unos años, esa empresa logra convertirse en propietaria de un área que abarca varios bloques: cuatro calles horizontales cortadas por tres avenidas principales. Es a partir de ese momento cuando el brazo inmobiliario del gigante del lujo LVMH entra en juego y se une al proyecto para trazar juntos un inmenso plan de reurbanización liderada por los arquitectos y master planners DPZ Duany Plater-Zyberk junto a una decena más de estudios. Crear un barrio de cero. Un barrio en el centro de una ciudad en constante desarrollo, unificado bajo una marca, un logo y, sobre todo, bajo un dueño con nombre y apellido.
Craig Robins (Miami Beach, 1963), propietario de Dacra, fue el visionario de este proyecto cuando en los años noventa adquirió The Moore Building, su primer inmueble en la zona. Así continuó comprando edificios salpicados hasta convertir ese puñado de naves, warehouses en inglés, en las piezas de admiración arquitectónica que son hoy en día. Donde antes había piñas ahora campan más de cien firmas de lujo, entre ellas Dolce & Gabanna, Gucci, Rick Owens, Tiffany’s y Maison Martin Margiela, que han plantado su bandera junto a una veintena de restaurantes de moda, galerías e instituciones artísticas. Piezas de arte público de la colección de Robins decoran cada rincón para terminar de componer el ADN de este barrio. No hay firma que no se derrita por una esquinita. Y, como si de una maqueta digital se tratase, observamos cómo a cámara rápida, en un abrir y cerrar de ojos, una ciudad (en este caso un distrito) se levanta ante nosotros.
El proceso de evolución del Design District en realidad fue algo más complejo. “Entre los años 20 y 30 esta era una área industrial casi abandonada y sus bajos precios comenzaron a atraer a artistas y a las primeras tiendas de muebles y showrooms de interioristas”, nos cuenta Tiffany Chestler, directora de programación cultural de Dacra y comisaria de la Craig Robins Collection. “Pero en los años ochenta, tras varios disturbios en el área, el gremio de diseñadores se trasladó a las afueras de Miami, a DCOTA (Design Center of the Americas Building) centrándose exclusivamente en un público especializado”, continúa. “La intención de Robins en el Design District fue desde el principio alejarse de ese público especializado y crear un área de arte y diseño accesible a todo el mundo”, continúa.
Dicho y hecho. El Miami Design District es hoy un oasis de exquisitez arquitectónica salpicado por piezas de arte a pie de calle pertenecientes a la colección privada de Robins y dedicado al diseño, el lujo y las compras. “Él es el único que escoge las obras de arte que se muestran en las calles del Design District. Tiene un gusto muy determinado y especial”, reconoce Chestler.
Así uno puede encontrarse con una enorme tela de araña, Elastika, de la arquitecta anglo-iraní Zaha Hadid que trepa en el interior del Moore Building, o un collage XXL del artista californiano John Baldessari. Una chocante instalación de Urs Fischer de un esqueleto eternamente esperando en una parada de bus o una Madonna de alambre de diez metros de alto de Thomas Bayrle enredada entre las columnas de la antigua sede del Institute of Contemporary Art. El busto de Le Corbusier tallado en formas geométricas por el francés Xavier Veilhan, una espectacular fachada de cristal azul en la plaza central Palm Court del japonés Sou Fujimoto, rey de las estructuras imposibles, o una escultura piramidal hecha de cemento del minimalista Sol LeWitt. Hasta un edificio de cuatro plantas se ha convertido en el gigantesco lienzo de cinco estudios de arquitectura, entre ellos los españoles Clavel. Utilizando la técnica de ‘cadáver exquisito’, cada uno ha diseñado a su antojo un tramo de la fachada con un resultado absolutamente demente. Todos a pie de calle, esperando al sorprendido visitante.
A demás, el barrio quiere ser un punto de activación cultural de la ciudad. Los fines de semana se mueve al son de ritmos latinos y caribeños con conciertos gratuitos al aire libre, organiza tours sin coste para descubrir las piezas de arte público, imparte clases de yoga y meditación en las plazas y celebra eventuales mercadillos y exposiciones de arte en el interior de las tiendas de lujo. No es algo nuevo en la ciudad. Al otro lado de Biscayne Bay, en el siempre rutilante South Beach, el hotel Sagamore celebró el pasado junio su primer Sagamore Salon, inspirado en el mítico Salon des Refusés de París que en 1863 comenzó a acoger la obra de artistas rechazados... como el Desayuno sobre la hierba de Manet. Aquí el McGuffin son artistas contemporáneos con tintes malditos en un hotel perfecto también para vivir la semana grande del arte en la ciudad. Y para, de paso, estrenar su recién renovada piscina.
Tras el chapuzón recordemos que, más allá del turismo de fiesta, sol y playa con sabor cubano por el que Miami se ha ganado su indiscutible fama durante años, ha sido Art Basel Miami Beach, la feria de arte contemporáneo más importante del mundo (que en 2002 instaló su sede americana en la ciudad, la original está en Basilea, Suiza), la que ha hecho que Miami se gane a pulso su puesto en el mapa mundial como destino cultural, artístico y rotundamente cool. Cada año en diciembre, Art Basel convierte a Miami en el epicentro del arte, contribuyendo a impulsar a gran escala el embrión artístico que se venía gestando a nivel local. El Design District no pierde oportunidad y en estas fechas pone su granito de arena con Design Miami/, feria paralela dedicada al diseño e interiorismo.
Otro apéndice más a este conglomerado de culturas, sabores e irracionalidades que es Miami. Porque a esta ciudad todo se le permite, porque es la niña mimada de la extravagancia y porque hay cosas que sólo se pueden dar (y entender) en Miami.